sábado, 5 de enero de 2008

Excursión a lomos de elefante en Chiang Mai, al norte de Tailandia

Hay cola para trepar a lomos de estos animales. Pero lo que más llama la atención es la cantidad de niños que esperan inquietos el momento de verse sentados sobre esa silla elevada de dos plazas, la misma en la que se acomodaban los viejos aventureros de principios del siglo XX, habituados a recorrer los 700 kilómetros que separan Chiang Mai, al norte de Tailandia, de la capital del país, Bangkok, a lomos de un elefante.

El viejo medio de transporte de los lugareños es hoy una atracción turística exótica que deja huella en la imaginación. Y segura. Los elefantes no entrañan peligro. Sólo hay que dejarse llevar y contemplar desde las alturas la belleza de los exuberantes bosques de teca y pino por donde marchan los grandes mamíferos mientras el cuidador, acomodado sobre la cabeza del animal, dirige la aventura a golpes de talón en las orejas y gritos que indican si hay que seguir de frente o torcer a la derecha.

Todo está organizado para que el viajero disfrute, a la vez que la empresa organizadora hace caja. Lejos queda ya la imagen divina que antaño tenían los elefantes. Hoy, este animal que fue símbolo del rey, vive de y para los turistas. Así que nadie debe sorprenderse si el mamífero hace una parada estratégica ante un árbol donde, en un chiringuito digno de Tarzán, venden plátanos. Es para que el aventurero de pago pueda dar de comer al elefante. Y que nadie se asuste si de pronto, desde algún rincón oculto, brilla un flash. Y si luego, al finalizar el paseo, le ofrecen esa foto en la que los protagonistas siempre salen con cara de chiste.

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